Zurbarán pintó
abundantes óleos de San Francisco, por la gran devoción que le tenía por llevar
su mismo nombre. De las amplia variedad de representaciones del Santo, el artista
elige en este caso una aparición milagrosa ya muerto al papa Nicolás V, que vio
su cuerpo incorrupto de pie tras una reja, con las manos cruzadas sobre el
pecho y los ojos abiertos como si estuviera vivo. Para que se sepa que el
cuadro se refiere a este milagro, la muerte debe de ser patente, por lo que el
cuerpo ofrece una evidente rigidez, acompañada de un rostro amarillento y con
la piel tirante, lo que contrasta macabramente con la postura erguida como de “vivo”.
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