Estamos ante una obra de plena
madurez artística de El Bosco. Pintada hacia 1504-05, la escena representa la
vida contemplativa en medio de las tentaciones del mundo. San Juan Bautista
debería ser un ermitaño sometido a duras disciplinas y ayuno. Sin embargo,
aparece como un sereno filósofo, vestido de púrpura, en medio de un espléndido
paisaje, alejado del desierto en el que debería de encontrarse. Rodean al Santo
plantas, animales, colores y brillos, que los ignora para concentrar la mirada
en el cordero místico al que señala. Junto a San Juan crece una curiosa planta
de frutos ponzoñosos y que ni siquiera mira.
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