Esta tabla, procedente de una
colección particular, fue atribuida a Pedro Berruguete en los años 50. Desde
1997 forma parte de los fondos del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
La estructura compositiva,
perfectamente equilibrada, ofrece en el centro la figura de la Virgen llorosa,
sosteniendo a Cristo muerto en su regazo mientras dirige su mirada triste al
espectador, frente a la concentración en el tema principal de las dos Marías
que la acompañan en su dolor, ajenas a cualquier observación del exterior. El
cuadro fue mutilado en el lado izquierdo, algo que no afecta al concepto de la
composición que queda suficientemente claro. Los elementos de ambientación
espacial y las arquitecturas han desaparecido buscando una depuración de
motivos secundarios que dejan en solitario el tema representado.
Con un dibujo minucioso hasta el
extremo, Berruguete construye la composición a través de líneas de gran
definición. Un cromatismo sereno, con magistrales veladuras, permite captar las
texturas de los materiales. La incidencia de la luz y su irrupción lateral en
el cuadro ayudan a conformarlo para obtener el efecto realista final. Junto a
ello, la proyección de las sombras de los clavos de la cruz logra un efecto de
profundidad, aumentada con la insinuación del ambiente natural mostrado con
timidez en primer término. El telón dorado del fondo, utilizado en otros
trabajos del maestro, sobre el que se inscriben los nimbos de las figuras con
inscripción, es un recurso que perdura del Medioevo y sus estereotipos,
mezclando la sugerencia del exterior del primer plano con la dignidad sacral de
lo dorado.
El tamaño de la obra y el
detallismo de su concepción hacen suponer que se trate de una pieza pensada
para colocarse en un pequeño oratorio. Santiago Alcolea propone una datación
para la tabla en torno a la década de 1480, observando ciertos paralelismos de
concepto, de origen italiano, con el Cristo Crucificado del convento de Santa
Cruz de Segovia.