En esta obra Brueghel despliega
toda su imaginación creando seres insólitos mediante la arbitraria combinación
de los más diversos elementos humanos, animales e incluso vegetales.
Monstruosas criaturas, patéticas y ridículas al mismo tiempo, deben de encerrar
las más extrañas significaciones, los más rebuscados simbolismos en los que no
se puede penetrar porque sólo la mente del pintor poseía la clave para su
comprensión.
Entre este caos, el arcángel San
Miguel con coraza, espada, escudo y manto flotante, se acomoda a la iconografía
tradicional, aunque estilizándola hasta el límite, al igual que el resto de
ángeles que planean en el espacio superior bajo el limbo luminoso que
representa el cielo. Bajo los golpes de sus armas y el estruendo de largas y curvadas
trompetas está el torbellino de demonios resistiéndose a precipitarse al
abismo.
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