En la pequeña localidad guadalajareña de Pozancos, a siete kilómetros de Sigüenza, destaca su pequeña parroquial de la Natividad. Se trata de un templo románico que conserva la cabecera semicircular de mampostería con canecillos de nacela y una saetera de sillares, y la portada meridional que abre sobre cuerpo resaltado a base de cuatro arquivoltas de gruesos baquetones y guardapolvo de escocia. La arquivolta exterior apea sobre una pareja de jambas, mientras que las interiores lo hacen sobre tres pares de columnas con las basas muy deterioradas por la humedad. Los capiteles tienen forma troncocónica alargada y una sencilla decoración vegetal.
El resto del templo sufrió importantes reformas, la principal en el siglo XVII cuando se rehízo la nave y se construyó la sacristía. La más interesante corresponde a la capilla gótica que se abrió en el muro meridional en el siglo XV. El acceso al interior se realiza por arco escarzado con decoración vegetal que cierra con reja de forja gótica. Destaca en esta capilla el arcosolio alojado en la pared del fondo que cobija el enterramiento de Don Martín Fernández, Señor de Pozancos, Beneficiado de la catedral de Sigüenza, Arcipreste de Hita y fundador de esta capellanía.
El arcosolio está compuesto de un arco escarzado trasdosado por otro conopial. El primero se decora con una moldura estriada, cardinas y un grueso baquetón. El conopial con motivos vegetales. En el centro hay una talla de la Virgen con el Niño bajo dosel sobre un ramillete de hojas acompañada en los laterales por las figuras de San Juan y la Magdalena.
A los lados del sepulcro se ubicaban sendas tallas de Adán y Eva que actualmente forman parte de la colección permanente del Museo Diocesano de Sigüenza, al igual que el cuadro representando el Santo Entierro de Cristo que ocupaba el espacio, hoy vacio, sobre el sepulcro. Se trata de una pintura sobre tabla con remate semicircular para adaptarse al espacio de la misma forma en el arcosolio. Es obra de finales del siglo XV o principios del XVI, de estilo gótico castellano-flamenco, con influjo de Fernando Gallegos. De autor anónimo, se atribuye a un llamado “Maestro de Pozancos” que pertenecería al círculo de Juan de Flandes o Juan de Borgoña, de los que hereda un especial interés por las figuras y, en especial, por los rostros.
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