Una de las pinturas más destacadas dentro de las producción de tipo religioso que realiza José de Madrazo, es esta delicada y pequeña composición de la Virgen con el Niño. Pintada en Roma en 1816, muestra una clara inspiración en modelos rafaelescos, tanto en la representación de la Virgen como en la estudiada agrupación de las figuras. La pureza de líneas y armonía de colores que domina esa pintura está en consonancia con los postulados teóricos propugnados por el grupo de los Nazarenos, que el pintor conoció en Roma, encabezado por Johann Friedrich Overbeck y Peter von Cornelius.
La Virgen está representada de perfil, con la cabeza vuelta hacia el espectador y el Niño abrazado tiernamente contra su pecho, con cabellos dorados y ligeramente ondulados, cara ovalada, ojos grandes y almendrados, nariz de perfil recto, boca y orejas pequeñas y barbilla afilada. María viste túnica de color rojo y manto azul, con un velo sobre la cabeza y hombros con el cual parece querer arropar al Niño elevándolo delicadamente con los dedos de su mano derecha.
El verismo, candidez y dulzura del Niño Jesús, distantes de las representaciones convencionales, apuntan la posibilidad de que en realidad se trate de un retrato y, en este sentido, tradicionalmente se han identificado en los rostros de la Virgen y el Niño a su esposa Isabel Kuntz Valentini y a su hijo Federico, nacido en 1815.
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