Entre 1780 y 1785, Goya pinta esta escena de escuela que, en primer lugar, sorprende por la normalidad con la que es asumida por sus protagonistas, en especial por el grupo de escolares que no reciben el correctivo, que se aplican en sus tareas, leyendo con atención un libro o escribiendo en su mesa; hasta el perro muestra su tranquilidad.
A pesar de su pequeño formato está ejecutada con magníficos detalles y un magistral uso de la luz que incide en la autoridad del profesor vestido con negra levita y sentado en su amplio sillón. El punto focal es el alumno díscolo que descubre las nalgas y adopta la postura para recibir los azotes del latiguillo que lleva en la mano el maestro. Junto a ellos, dolidos y llorosos dos compañeros recomponen sus ropas tras haber recibido la lección. La escena se completa con un reducido grupo que observa y libros abiertos en el suelo.
A medio camino entre la crítica social y la escena de costumbres, la obra, tratada con fuertes contrastes lumínicos, nos muestra la preocupación que Goya tenía como buen ilustrado por la educación que recibían los niños.
Este boceto o borrón pudo formar parte de un estudio previo para cartones que no fueron ejecutados dentro de la serie «Juego de niños» que Goya realizó para la Real Fábrica de Santa Bárbara.
La radiografía hecha al lienzo muestra que fue reutilizado, y que se usó en principio para algún boceto de la cúpula «Regina Martyrum» de la Basílica del Pilar.
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