Francisco Bayeu realiza, hacia 1770-75, este retrato de su esposa, Sebastiana Merklein y Salillas, hija del también pintor de origen flamenco Juan Andrés Merklein y de la zaragozana Gregoria Salillas. El pintor presenta a su mujer ya entrada en años, con una gran fuerza expresiva y rasgos que denotan su ascendencia germánica. Aparece con un sencillo vestido y cubierta con una esclavina larga que cae sobre sus hombros.
En el cuadro destaca sobre todo la forma magistral de tratar el cabello, de vaporosos bucles pintados con gran realismo. La fuerza y el carácter de la mujer quedan reflejados en sus ojos, tratados con un soberbio dibujo, de la misma manera que el resto del rostro.
Francisco y Sebastiana contraían matrimonio el 15 de septiembre de 1759 en Zaragoza. La dote de la joven fue de 6.729 reales de vellón en bienes, alhajas de plata y varios, así como 80 libras, 1506 reales y 26 maravedíes en muebles, ajuar de casa y vestidos.
Tras quince años de matrimonio, nace en 1774 Feliciana Bayeu y Merklein, única descendiente de la pareja. Su padre pinta su retrato de medio busto en 1790. Aparece como una joven adolescente, de mirada tierna y de rasgos suaves, ataviada de manera sencilla. Se cubre la cabeza con una toca, bajo la que muestra los cabellos rizados recogidos en la nuca. El rostro, perfectamente modelado, posee una gran fuerza expresiva. Sobre los hombros luce una toquilla de lana blanca, realizada con pequeños toques de pincel empastados, que le imprimen un efecto de textura rugosa. De factura suelta, casi abocetada, proporciona un carácter íntimo alejado de la rigurosidad de otros retratos de Francisco Bayeu.
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