Estamos ante el retrato de un
hombre que acaba de sufrir muerte violenta. El médico jacobino, dentro de su
bañera, está escribiendo y le acaban de pasar el memorial escrito por una mujer
de 25 años, Carlota Corday, cuyo suplicante texto puede leerse encabezado por
la fecha del suceso: 13 de julio de 1793. La propia Carlota irrumpe en la
estancia y apuñala a Marat dentro de la bañera, siendo luego apresada y por
último guillotinada. David, totalmente identificado con las ideas extremadas de
su amigo, nos pinta a éste inmediatamente después del asesinato, desplomado,
todavía con la pluma en la mano y a su lado el sangriento cuchillo que le ha
dado muerte. En la parte baja de la caja que servía de mesa a la víctima, se
inscribe la ostentosa y lacónica dedicatoria del pintor.
El cuadro fue realizado enseguida
de haber ocurrido el crimen, meses antes de que David fuera encarcelado por sus
excesos revolucionarios, que habrían de templarse más tarde, al convertirse en
retratista oficial del futuro emperador Napoleón. El macabro asunto iba bien
con el sentimiento del artista, que ya había pintado a Sócrates bebiendo la
cicuta y que miraba la muerte de su amigo como una tragedia clásica. Éste es el
sentido que tiene el cuadro, en la quieta simplicidad de sus elementos y en su
moderada coloración. A los ojos de David, Marat es Séneca.
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