Francisco Pradilla, considerado en su época el mejor artista español tanto en Europa como en América, realiza este autorretrato en 1887, cuando tenía 39 años, etapa difícil de su vida, ya que a la muerte de su hija Isabel y a su delicado estado de salud, se unió una complicada situación económica. El pintor se presenta ataviado con la vestidura que le caracterizaba y sujetando la paleta en la mano derecha. Destaca la profunda mirada que parece clavarse en el espectador. A base de una pincelada suelta gruesa y segura, con trazos cortos, consigue un perfecto modelado del rostro. En este cuadro Pradilla experimenta con los colores resinosos industriales, y así lo hace saber en la inscripción que hay en el lienzo: “Estudio-prueba de colores resinosos Mussini-Farbe hecho el A. 1887”.
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