Este cuadro que
podemos ver en el Mausoleo de los Amantes de Teruel lo pintó en Málaga en 1884,
al poco de su regreso de Roma, pocos meses después de haber realizado el lienzo
del mismo nombre y temática que se expone en el Museo del Prado, y en el que se
narra el amor imposible entre Isabel de Segura y Diego de Marcilla. La única
variante es que en el de Teruel incluye una sexta figura femenina, vestida con
ropajes muy oscuros, que está arrodillada junto al féretro con la cabeza
inclinada para ocultar su dolor.
El cuadro está
ambientado en el interior de la iglesia turolense de San Pedro, donde yace el
cuerpo sin vida de Diego amortajado en un sencillo féretro colocado sobre un
catafalco adornado con rosas y coronas de laurel como homenaje a las glorias y
triunfos del caballero. Sobre su pecho reposa la cabeza de Isabel, su amada,
que acaba de exhalar su último suspiro tras besar los labios de su amado. La
dama va vestida con los lujosos ropajes de sus recientes desposorios con Pedro
Fernández de Azagra, hermano del señor de Albarracín; junto a ella, un
candelero con su velón humeante volcado por la novia al precipitarse sobre el
cadáver de Diego. La escena es contemplada con curiosidad y ternura por dos
dueñas y el resto del cortejo fúnebre, apenas distinguible debido a la penumbra
formada por el velo que cubre el gran ventanal del fondo del templo. En
esa misma zona se aprecia al oficiante, que se ha girado bruscamente para observar
el suceso.
Muñoz Degrain presenta la escena
desde un punto de vista oblicuo con el fin de acentuar la profundidad espacial,
iluminando fuertemente la escena principal para resaltar a los protagonistas. Emplea
una pincelada amplia con toques enérgicos y empastados, recurriendo a
pinceladas de colores puros, sin renunciar a las calidades táctiles de las
telas como la transparencia del velo de la novia, la brillantez del raso, la
gruesa alfombra o los terciopelos de los trajes de las plañideras. Mientras,
las figuras del fondo apenas están sugeridas, trabajadas con gruesas
pinceladas, sin apenas matizar. En esta pintura el artista aporta unas
novedades que serían muy interesantes para el género de la pintura de historia,
como la interpretación expresionista de la materia pictórica y el exultante
colorido resaltado por la luz mediterránea. El pintor ha conseguido plasmar el
denso y casi asfixiante ambiente que hay en el interior de la iglesia, pudiendo
casi observarse la mezcla del humo de los cirios, el aroma desprendido por el
incensario, las flores marchitas y la lámpara de aceite, apreciándose casi la
respiración de los asistentes al desdichado suceso.