Iconografía mariana que
representa el conocido pasaje en el que la Virgen del Pilar se presenta en
carne mortal ante Santiago y sus discípulos, que se encontraban en Zaragoza, en
el año cuarenta.
La pintura desarrolla una
composición que sigue un esquema triangular, presentando a Santiago con un
canon de grandes dimensiones en un primer plano arrodillado ante la Virgen.
Porta un báculo en su mano derecha y en su hombro izquierdo muestra las veneras
o conchas de peregrino.
El eje de la representación queda
marcado por la Virgen del Pilar sobre pedestal, rodeada de una gran aureola que
ilumina la escena. A ambos lados, dos grupos con cinco apóstoles a los que
habría que sumar un desconocido personaje situado a la izquierda, de menor edad
que el resto y ataviado con indumentaria propia del siglo XVIII y que podría
pertenecer a un autorretrato del propio pintor.
Esta iconografía fue varias veces
repetidas por Goya, encontrándose ya en las puertas del armario de las
reliquias de Fuendetodos. Realizada hacia 1775, esta obra pone de nuevo a Goya
en contacto con Zaragoza, donde ya había realizado la puntura al fresco del
Coreto de la Basílica del Pilar. La técnica más depurada de su composición, el
cromatismo y la solución para los personajes, nos acercan a las producciones de
sus cartones para la Real Fábrica de tapices, que comenzó a ejecutar hacia
1775. El tratamiento de las expresiones que dota a los personajes de temor y
aturdimiento por la escena vivida, nos apuntan a un Goya más maduro.
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