Los primeros paisajes que realiza
Martí Alsina están fuertemente influenciados por la visión romántica
naturalista imperante en el primer cuarto del siglo XIX. Una de sus obras más
relevantes de este período es “Ruinas de la Iglesia del Santo Sepulcro” pintada
en 1862, en la que muestra su
preferencia por la búsqueda de atmósferas nítidas y el empleo de un empaste
denso atento a la captura de los efectos lumínicos.
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