Esta obra es una excelente
muestra de la etapa juvenil de Velázquez, influida profundamente por
Caravaggio. En ella podemos admirar su dominio del retrato al presentar la
imagen de un hombre de carne y hueso captado directamente del natural y
envuelto en una amplísima túnica en la que destacan los pliegues casi
escultóricos. San Pablo está sentado sobre un escalón que se confunde con el
fondo, zona donde se ven las limitaciones de Velázquez al esconder hábilmente
las piernas y ocultarlas bajo los pliegues. Tanto el colorido terroso como la
iluminación son rasgos comunes de la etapa sevillana del artista, heredados
ambos del Tenebrismo.
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